Después de un año en blanco en la fotografía de reportaje, tuve que pasar por el quirófano para operarme de una hernia, quizás producto de cargar con tantas cámaras y equipo, al año siguiente decidí por fin ir a Cuba.
Se cumplían 40 años del triunfo de la Revolución, era un viaje soñado que durante años llevaba aplazando quizás por la cantidad de fotógrafos que ya habían dado su versión de la Isla, pero había llegado el momento y como fotógrafo tenía que ofrecer mi punto de vista a través de mis sensaciones personales, era algo que tenía en mi interior tal vez por las historias que recordaba vagamente desde mi niñez contadas por mi abuela Antonia que durante años, antes de la revolución cubana, había vivido en La Habana.
En el traslado del Aeropuerto José Martí hacia el hotel Nacional, donde me alojé en este primer viaje, ya sentía en mi interior esa sensación que nos dice a los fotógrafos que hay algo especial para que nuestro objetivo cierre su diafragma y el obturador capture para siempre una imagen que puede ser eterna.
Así recorrimos La Habana guiados en un carro (coche americano de los años cincuenta) de alquiler por el gran cicerone Abilio que en un par de días nos enseñó gran parte de una ciudad que habría sido la más bella de esta parte de América Latina. A pesar de todos los inconvenientes, sus casas, calles, parques y su gente tienen ese algo especial que brilla desde sus ojos y que te hace imposible no accionar el disparador de la cámara a cada momento.
Otro día nos llevó al Valle de Viñales, donde conocimos la Cuba Guajira. Plantaciones de tabaco y café predominan en esa región cubana donde podía contemplarse a menudo grandes carretas tiradas por bueyes que transportaban durante todo el día una pesada carga.
Conocí a Raúl Cañibano, fotógrafo cubano que nos enseñó a caminar por La Habana, la calle Monte y sus soportales, Centro Habana, La Habana Vieja... Fue un viaje que nos fascinó a todos, también a mis acompañantes, mi esposa Mati y mis amigos Juan Antonio y Teresa. La última tarde me escapé solo y recorrí el barrio de Centro Habana, la Habana más auténtica, puedes ver a la gente viviendo en sus calles, jugándose al dominó un trago de ron, los niños practicando béisbol o baloncesto con una pelota de trapo que se deshace al golpear, los jóvenes se contonean al son de una salsa y los viejos sentados en sus escalones delante de esos portones que dejan ver los resquicios de una época colonial que los españoles no supimos resolver y ahora comprendo ese dicho que desde mi infancia escuché “...más se perdió en Cuba”.
Al regreso a España sentí que Cuba me había calado hondo y a pesar de estar satisfecho del trabajo realizado, deseaba volver de nuevo y hacer más fotos.
Me llevé mis dos panorámicas de entonces (Horizon para los infrarrojos y Noblex de objetivos fijos de barrido y ángulo ancho como dicen los cubanos) más la pesada Hasselblad y un montón de películas de esas que tienen haluros de plata. Todavía no había calado en mi la fotografía digital y hoy día no me arrepiento de ello, pues pude disfrutar más tiempo de un formato que al día de hoy utilizo bien poco, es el precio del progreso… Algún día pienso que lo retomaré de nuevo con más intensidad.
El resultado pareció gustar bastante al público en general, fue mi primera exposición en el Centro Andaluz de la Fotografía, que su director entonces, Manuel Falcés (q.e.p.d..) adquirió para los fondos de dicho centro.
gran pais y grandes fotos
ResponderEliminarun abrazo
Xavier ferrer
Gracias Xavier, últimamente estás que te sales. Enhorabuena.
Eliminar